I.S.B.N.: 978- 84-8352-054-3
Este libro rescata los movimientos más innovadores de la etapa berlinesa de Fritz y establece puentes con el método terapéutico que Perls consolidó años después en América.Y de esta mirada entre dos tiempos, la autora selecciona aquello especialmente relevante a la terapia gestalt, a la criatura que vino después (considerada una filosofía de vida, no sólo un abordaje psicoterapéutico), enlazando ambos períodos y realizaciones bajo el mismo y feliz rótulo de “vanguardias”.
Este libro lo demuestra, o más bien nos ayuda a entender a Fritz y a comprender la terapia Gestalt. (Extraído del prólogo de F. Peñarrubia, uno de los introductores de la Gestalt en España)
Annie Chevreux: Cofundadora y profesora de la Escuela Madrileña de Terapia Gestalt, además de psicoterapeuta en CIPARH (Madrid) y didacta invitada en diversos institutos gestálticos. Discípula
y colaboradora de Claudio Naranjo. Ha publicado varios artículos en revistas especializadas; precisamente uno de estos textos (“El Berlín de Fritz”, Bol. nº. 11 de la A.E.T.G.) fue el origen
del presente libro que refleja los intereses actuales de la autora en aunar psicoterapia y arte.
Dice la autora en la introducción al libro:
El objetivo principal es tender puentes entre dos vanguardias: la artística berlinesa (finales del siglo XIX-1933) y la Terapia Gestalt, porque ambas fueron animadas por el mismo espíritu valiente y buscador que conlleva encarar la vida, el oficio y el arte fuera del mayoritario pensamiento convencional y mecanicista, que la Historia sitúa en el siglo XIX pero que sin embargo, se afianza en cualquier época, cuando las fuerzas del anquilosamiento triunfan sobre las progresistas.
En el Berlín vanguardista, ningún muro de contención pudo detener el libre fluir de las novedosas manifestaciones artísticas.
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El libro consta de tres partes: antes del catorce, la guerra y los años veinte.
La Primera Parte empieza con una introducción histórica de la última década del siglo XIX hasta el 1914, en la cual he querido resaltar los acontecimientos que me parecen cruciales para favorecer la llegada de la vanguardia expresionista a Berlín, lo que permitió a la joven capital salir de su ostracismo cultural.
Recojo las diversas corrientes de pensamiento que buscan contrarrestar el peso del materialismo y del nacionalismo (en que se apoyan las clases pudientes), para impulsar la euforia por el vertiginoso despegue económico del país. En lo artístico me centro en el Expresionismo, la genuina vanguardia alemana, e insisto en sus similitudes con la Terapia Gestalt. Antes de entrar en materia hago un rápido barrido sobre la evolución de la pintura a partir del Realismo, para destacar la peculiar aportación de los
expresionistas: la plasmación del mundo interno del artista, la entrega a la máxima subjetividad emocional, tan próxima a la inspiración gestáltica. Berlín es el lugar para crear y con la convergencia de las dos corrientes pictóricas: Brücke y Blaue Reiter, comienza su andadura como capital cultural europea.
En el ambiente flotan las ideas nietzcheanas, la concepción del hombre nuevo, reconocible en la actitud de los pintores y en Perls frente al oficio y la vida.
Hablo de la primera vocación de Fritz como actor y de lo que significó para él el encuentro con Max Reinhardt que revolucionó el teatro humanizándolo, y cómo este aprendizaje teatral hizo mella en su posterior desarrollo como terapeuta y animador de grupos.
He rescatado la figura de Herwarth Walden, fundador de la revista y de la galería Der Sturm, por dar a conocer y apoyar el arte vanguardista y, sobre todo, por ser el fiel retrato del artista polifacético, tan en auge en aquel entonces.
Respecto a los poetas expresionistas, decidí no extenderme más de la cuenta por ser todos ellos desconocidos fuera del ámbito germánico. Preferí centrarme en sus discrepancias ideológicas que presagian la reacción de los jóvenes intelectuales y artistas berlineses frente a la guerra que se avecina. Por ser afín a los poetas en el deseo de hacer estallar el lenguaje, hablo del compositor A. Schönberg, el inventor de la atonalidad, cuyas reflexiones sobre la actitud artística enlazan directamente con el pensamiento de Nietzsche y con la necesidad de experimentar por uno mismo.
En la Segunda Parte del libro, "La Guerra", he querido dejar constancia del vuelco que esta tragedia produjo en toda la joven generación a la que pertenece Fritz. Recojo las directrices de la creatividad en aquellos años de penuria. Nace el Novembergruppe e irrumpe en Berlín el Dadá ácrata e iconoclasta. Entre los dadaístas resalto la figura de K. Schwitters por el original modo de desarrollar la obra, en consonancia con la actitud gestáltica que Perls desarrolla en los años posteriores.
En la Tercera Parte, "Los años veinte", pongo de relieve el turbulento clima político de la República de Weimar como precursor de la barbarie nazi. Dedico dos capítulos a la Nueva Objetividad porque no sólo impregna el arte sino porque también refleja, dentro de la sociedad, cambios de
criterio y mentalidad. En esas páginas subyace la visión de C. Naranjo respecto a cómo el pensamiento de Nietzsche influyó en la Terapia Gestalt. La mirada del artista se vuelve apolínea en contraste con la espontaneidad desbocada, dionisíaca, del Expresionismo.
Respecto a la Bauhaus, retomo las principales ideas en que se apoya para fundir arte, artesanía y técnica, en relación con el ámbito social del momento. Me interesa sobre todo su vocación holística como escuela, afín al ideal docente de Perls. Hablo también de la danza y del auge de las técnicas corporales que incidieron en la Terapia Gestalt: dudé en introducirlas en la primera parte, pero al final las incluyo aquí porque, a pesar de haberse desarrollado en los primeros años novecientos de Berlín, la desinhibición del cuerpo es un fenómeno más ampliamente extendido en la época de entreguerras. El cine que acaba de nacer es expresionista en los años del mudo y va integrando, con el sonoro, la nueva inspiración objetiva, que enfoca al ser humano en su dualidad. En esa estela evoluciona la literatura que invita a la reflexión personal del lector (T. Mann), considera al individuo y su existencia desde una óptica menos parcial (R. Musil, H. Hesse…) o la capta en el puro instante del transcurrir de la vida (A. Döblin). Literatura, teatro y cine intercambian recursos propios. En la escena berlinesa, Piscator y Brecht suceden a Reinhardt. En ese teatro hecho para pensar y deliberar, todo es síntesis y movimiento, como en todas las artes. Al ampliar la concepción del hombre, comprometido ahora con el entorno y la vida propia, responsable de sus actos, van desapareciendo los últimos resquicios del determinismo.
Durante esas tres décadas de incesante búsqueda y florecimiento artísticos, Berlín fue a la vez el lugar que el viejo mundo eligió para morir y la cuna de otro nuevo que acababa de nacer, con todo el ímpetu que da el anhelo de conocimiento y libertad.
Allí tenía que nacer Fritz.
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